Es innegable le reto que significa tomar esta decisión, especialmente en mi caso cuando ya contaba con una estabilidad y proyección en una compañía exitosa. Todo era perfecto, amaba mi trabajo, mi equipo, mi jefe, muchas cosas a las que no quería renunciar. Simplemente tenía una idea que no salía de mi cabeza, que me perseguía todo el tiempo y no la podía ignorar. Por primera vez en mi vida, tuve un sueño que no cambió, que se mantuvo vivo constantemente y fue ahí cuando me di cuenta que era real, que era lo que verdaderamente quería o que al menos debía intentarlo.
El inicio de todo esto fue cuando terminé mi práctica profesional. Pasaron algunos meses en que inicié el proyecto junto a mi mamá. Viajamos a hacer investigación de mercados, creamos la marca y nos acercamos a posibles proveedores. Cuando todo parecía fluir con firmeza, recibí la noticia que había esperado hacía unos meses: habían creado una vacante para volver a mi trabajo. Fue una oferta que de momento no podía rechazar, pues tenía muchísimo por aprender para luego aplicar a mi vida en cualquier aspecto.
No sólo era el aprendizaje, sino la posibilidad de encontrar en ese trabajo lo que haría de mi vida, pues en esa etapa de formación cualquier cosa me podía sorprender. Tenía que darle la oportunidad y confirmar cuál era mi camino, esa podía ser mi verdadera vocación y no la podía descartar. A fin de cuentas, podía continuar con el proyecto más adelante. Pasaron dos años en los que no podría explicar cuánto aprendí, cuanto disfruté y lo feliz que fui. Conocí personas que más adelante serán mis clientes y siempre mis amigos. Pero ante todo, pude generar la estructura de trabajo que carecía por propia naturaleza. Como creativa, siempre me costó (incluso todavía) realizar tareas operativas y en mis responsabilidades como asistente de marca pude combatir un poco esa condición. Esta experiencia lo que hizo fue facilitarme el camino a la hora de emprender, pues cuando inicias cualquier proyecto, necesitas las herramientas para ejecutar un infinidad y variedad de tareas.
Durante el año en que tomé la decisión, se juntaron muchísimos factores que me llevaron a ese resultado. Entre ellos, identifiqué que no paraba de pensar en vajillas, accesorios, comida y todo lo que implica la vida alrededor de la mesa (“por qué Bosque y Cielo”). Sé que he sido una persona con gustos muy variados, pero por primera vez había encontrado una constante y no podía ignorarla. En ese período de tiempo, mi jefa salió a licencia de maternidad y debí reemplazarla, labor que veía imposible de lograr (al igual que emprender), pero igual me enfrenté a ella y concluí que podía lograr cosas de las que no me consideraba capaz. También encontré que no me proyectaba así por mucho tiempo. A esto se le sumó una persona muy importante en mi vida, que siendo emprendedor me mostró que el mundo está lleno de posibilidades que no podemos desperdiciar, pero lo más importante fue la motivación que me dio para perseguir este y todos mis sueños.
De este modo, sin tomar la decisión, empecé a tomar clases de cerámica para dimensionar mi gusto por este arte y encontré un mundo fascinante. Las cosas simplemente se fueron dando. Pensaba mucho que era el momento de la vida, de MI vida para hacerlo, pues no tenía grandes responsabilidades, era la edad para tomar el riesgo y ante todo contaba con el total apoyo de mi familia. He aprendido a fluir con cada situación que se me va presentando, así que simplemente decidí escuchar mi corazón. No tenía mucho que perder y muchísimo por ganar. Este es mi testimonio, y para cada persona será diferente. A veces estas decisiones no se toman en situaciones ideales, pero para mí, el mejor indicador que puedes revisar a la hora de tener un cambio de vida como este, es el grado de tranquilidad que te produce. Así que yo, con toda la convicción y la paz que agradecía tener en mi corazón, emprendí este proyecto que apenas está comenzando.